FaceApp y la necesidad de regular las redes sociales

Los impactos de las redes sociales en el acceso a la información, en la salud y en la privacidad de las personas hacen necesaria su regulación

Rodrigo Salazar Zimmermann

Rodrigo Salazar Zimmermann

Director ejecutivo del Consejo de la Prensa Peruana

FaceApp y la necesidad de regular las redes sociales

La moda de FaceApp ha abierto nuevamente el debate sobre la necesidad de regular las redes sociales. Este reciente caso ha aumentado la preocupación de expertos y usuarios sobre el efecto que tienen las redes sociales y productos como FaceApp sobre la privacidad, la sociedad y la democracia en general. Entre estas voces surgen cada vez más pedidos y exigencias de regulación.

Se ha comprobado que las redes sociales y los gigantes de Internet tienen severos efectos sobre la sociedad y la democracia. Empresas como Facebook, Google, Amazon y otras son uno de los principales canales de desinformación y manipulación de ciudadanos a través de fake news, espían a sus usuarios, los vuelven adictos, les generan depresión y ansiedad y se han convertido en un oligopolio de la información. Es evidente la necesidad de regulación.

El problema, sin embargo, es quién las regulará y cómo. No se puede confiar en las soluciones autogeneradas por las empresas. Tampoco en las de los Estados, por riesgos de censura y abusos contra la libertad de expresión. Y dejar el resultado a las fuerzas del mercado abre peores escenarios en el futuro.

Fake news, desinformación y manipulación

Uno de los principales argumentos a favor de la regulación de las redes sociales y los gigantes de Internet es que las fake news que distribuyen manipulan a los ciudadanos. Con éstas se alimenta la desinformación y se polariza y tergiversa el debate público. Los reconocidos casos de la manipulación en las elecciones presidenciales en Estados Unidos y en la campaña por el Brexit demuestran cómo las fake news manipulan al público.

Ya han surgido regulaciones en este aspecto. Algunos países han prohibido las fake news. Pero una solución así de aparente y sencilla no es el camino correcto. Que países autoritarios con poco respeto por la libertad de expresión como Rusia, Singapur y Malasia hayan aprobado leyes como estas deja mucho que pensar. Alemania también tiene leyes similares, pero ya se ha visto obligada a mejorarlas luego de reconocer que al público se le está bloqueando información legítima.

Prohibir las fake news abre la posibilidad de que un funcionario público interprete qué es una noticia falsa. Puede convertirse en una regulación abusiva para acallar a opositores y perseguir a periodistas e investigadores. Y que sea la propia empresa de la red social la que filtre lo que el público puede o no leer también es preocupante. En las redes sociales se han censurado fotos de mujeres dando de lactar, pero se ha permitido la transmisión de videos de asesinatos.

La manipulación abierta también debe ser regulada. Facebook admitió en el 2014 haber realizado un experimento en el que manipuló el contenido publicado en los perfiles de 689,000 personas para influenciar su estado de ánimo a través de un “contagio emocional”. Probó que era posible. No hubo consecuencias para la empresa. No es posible confiar en que Facebook no lo hará de nuevo o que no buscará beneficiar a algún candidato político o anunciante, o que no será hackeada en estos mismos términos.

¿Es legítimo que el acceso a la información esté en manos de tan pocas empresas? Lo que hay es un oligopolio de la información, acaso de los más peligrosos que pueda haber. ¿Qué pasaría con toda la información si Google quiebra? Se ha convertido en otra too big to fail.

Las fake news, la desinformación, la manipulación y el control de la información son aspectos que deben ser regulados, pero son también lo más delicados de regular. No se puede confiar en las propias empresas, pero tampoco en los Estados.

Adicción y salud

Las redes sociales han probado ser adictivas y tener un impacto nocivo en la salud. La gravedad aumenta mientras más jóvenes son los usuarios. Para este artículo se consultaron de manera aleatoria seis estudios sobre la relación entre el uso de redes sociales y salud. Cinco han hallado que la afectan.

Este mes se publicó un estudio que lo comprueba. Sus investigadores hallaron que cada hora adicional que los jóvenes pasan en redes sociales aumenta la gravedad de síntomas depresivos. Los efectos se ven en ámbitos académicos, cognitivos, sociales, en el abuso de sustancias tóxicas y en suicidios. El estudio también señala que los adolescentes con depresión tienden a buscar información consistente con su estado mental, que añadido a los algoritmos que recomiendan contenidos similares al histórico buscado profundiza el llamado espiral de refuerzo depresivo. Que el próximo año la depresión vaya a estar entre las principales causas de muertes de adolescentes, según la Organización Mundial para la Salud, es para los investigadores una consecuencia del tiempo que los jóvenes pasan frente a sus pantallas. Este tiempo ha incrementado diez veces desde el 2011, según Common Sense Media. El estudio concluye que “el uso que le dan los adolescentes a las redes sociales y a la televisión debe ser regulado para prevenir el desarrollo de depresión”.

Otro estudio, esta vez sobre bienestar personal, halló que “el uso de Facebook está asociado con menor satisfacción en la vida”. Las consecuencias se ven en una menor salud mental y física. Un estudio también halló que las redes sociales reducen la calidad del sueño, lo que lleva a ansiedad, depresión y baja autoestima. Incluso en 1998, antes de que las redes sociales existieran, un estudio señaló que un mayor uso de Internet está asociado a una reducción en la comunicación entre miembros de una familia e incremento en la depresión y sensación de soledad.

La solución no es tan sencilla como que cada usuario se autoregule. Las empresas de redes sociales vuelven sus productos adictivos adrede. El presidente de Facebook, Sean Parker, ha dicho públicamente que la empresa “explota una vulnerabilidad en la psicología humana” y que sus “inventores entendimos esto conscientemente [pero] lo hicimos igual”. Extrabajadores de Facebook y Google han dicho que psicólogos que trabajan en esas empresas han estudiado el uso de incentivos y recompensas, colores y sonidos con el objetivo de maximizar el tiempo que los usuarios pasan en sus aplicaciones. El botón del like, el scroll infinito y los sonidos que advierten un nuevo mensaje son sólo algunas de estas estrategias. “Es como si tomaran […] cocaína y la rociaran en tu interfaz, y eso es lo que te hace regresar una y otra vez”, dijo un extrabajador de Mozilla a la BBC.

La discusión actual sobre la relación entre el uso de redes sociales y efectos en la salud se puede comparar a la que hubo sobre cigarrillos en los años sesenta. Los cigarrillos generan adicción y tienen efectos nocivos sobre la salud, y eventualmente fueron regulados. La misma fórmula de causa efecto se da en las redes sociales, pero todavía no son reguladas.

Privacidad

La privacidad es uno de los ámbitos que más preocupación ha generado. El caso de FaceApp volvió a alimentar el debate. Los gigantes de Internet, gracias en parte al uso de redes sociales, saben con quiénes estamos, con quiénes salimos, qué nos gusta, qué nos disgusta, nuestra posición política, con quiénes nos comunicamos y qué decimos, nos miran y nos escuchan. Éstos son los ingredientes de la manipulación.

Los términos y condiciones de privacidad son extraordinariamente largos y complejos. La gran mayoría de usuarios los acepta sin leer por la gratificación inmediata que brindan sus productos. ¿Se puede verdaderamente confiar en las empresas? Los Smart TV de Samsung, por ejemplo, escuchan conversaciones aunque no se active el comando de voz. “Si sus palabras habladas incluyen información personal o sensible, esta información estará entre la data captada y será transmitida a terceros”, se lee en sus términos y condiciones. El ‘chuponeo’ de información privada y personal debe tener un límite. No basta con que el usuario no use el producto, pues incluso terceros son afectados.

La dificultad de regular

Es necesario que las redes sociales sean reguladas. Por el bien individual y el colectivo. “Necesitamos revisar nuestros conceptos de ‘democracia’ en la era digital, o tienen que ser defendidos de su destrucción por la lógica de lo digital”, escriben Robert Hassan y Thomas Sutherland en su libro Philosophy of media. Ellos, como muchos otros expertos, confían en que la solución está en la regulación del Estado. “La respuesta es usar la ley”, concluye Andrew Keen en su libro The Internet is not the answer.

La inmensa complejidad de regular a las redes sociales y a los gigantes de Internet radica en el ángulo de ataque. Aunque el Estado y la ley son sin duda dos de los elementos claves de una eventual regulación, no dejan de preocupar los límites que se puedan imponer a la libertad de expresión y los abusos relacionados a ella.

Por otro lado, es iluso creer que la autorregulación de los usuarios será suficiente para combatir los problemas sociales que generan las redes sociales. El argumento de “si no quieres ser adicto entonces limítate” no se puede aplicar a las redes sociales, como tampoco se puede aplicar a los adictos al alcohol y las drogas. Es iluso creer también que la oferta se regulará sola si la demanda por redes sociales disminuye. En un escenario de adicción y dependencia eso no es posible.  Va quedando claro que en el caso de las redes sociales la oferta mueve a la demanda. Aquí lo que se requiere es una intervención desde diversos ámbitos. Estado, usuarios, empresas y expertos deben participar y hallar una fórmula. La opinión de expertos en la salud y tecnología, politólogos, periodistas, investigadores y académicos resultará trascendental.